¿Querés ser policía?

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En su nueva película, Enrique Piñeyro vuelve a ensayar un cine de denuncia con el objetivo de intervenir sobre la realidad. En El Rati Horror Show pone el ojo en uno de los casos más escandalosos de gatillo fácil de la Argentina, en el que quedan pegados los medios, los políticos y, claro, la maldita policía. Entrevista Alejandro Lingenti / Foto Luis Sens
En la Argentina, parece haber pocos límites para la impunidad. El mismo país que sufrió el embate asesino de la última dictadura militar –un caso extremo de violencia institucional– tolera, en democracia, la continuidad de las políticas represivas del Estado. Pedimos más seguridad, nos responden con la fría disciplina del sistema: planes de “carácter preventivo” para el control social –sobre todo de sectores postergados y de jóvenes–, implementados a través de las prácticas que son un clásico en la policía local: gatillo fácil, torturas, detenciones arbitrarias y, finalmente, connivencia del Poder Judicial para convalidar ese estado de cosas.
Desde 2003 –cuando asumió la presidencia Néstor Kirchner– hasta hoy, hubo unas 1.300 víctimas. Según estadísticas de distintas organizaciones que estudian el tema, en el 64% de las muertes estuvieron involucradas las policías provinciales; en el 19%, los servicios penitenciarios; y en el 9%, la Policía Federal. En la Argentina de hoy, día por medio muere una persona producto del gatillo fácil y la tortura en cárceles y comisarías es un récord para el período democrático iniciado en 1983 al que las autoridades le prestan poca atención, más allá de las apelaciones constantes a la defensa de los derechos humanos.
El caso de Fernando Ariel Carrera es uno más, pero sus características son bastante particulares. La trama es asombrosa, casi de película. Y Enrique Piñeyro se dio cuenta muy pronto de eso. Por eso empezó a trabajar en este largometraje, el tercero de su carrera como director, después de Whisky Romeo Zulú y Fuerza Aérea Sociedad Anónima, dos experiencias originales dentro del universo del cine nacional. Piñeyro habla en esta entrevista de “una caligrafía propia”, y no le falta razón. Sus películas son la suma del afán investigativo, el despliegue tecnológico –en esta oportunidad, más que nunca– y de la inclinación del realizador al histrionismo, una característica de su personalidad que él mismo admite y defiende. Hay en su cine una tendencia a la espectacularidad, y no se trata de algo involuntario. Piñeyro golpea porque confía en el poder de sus impactos.
El 25 de enero de 2005, Carrera –un hombre de treinta años dueño de una gomería, sin antecedentes penales, padre de tres hijos– circulaba normalmente con su auto por la zona de Puente Alsina. Efectivos de la comisaría 34, que tiene uno de los historiales más negros de toda la Federal, buscaban a tres personas que supuestamente habían perpetrado dos robos y huido en un auto blanco. El color del auto marcó la suerte de Carrera. Su Peugeot 205 fue interceptado por un móvil sin sirena ni ningún tipo de identificación –de hecho, era un auto secuestrado por la Policía–, lo que lo llevó a imaginarse un posible asalto. Asustado, intentó escapar. Recibió entonces un balazo en la mandíbula. En estado de shock, recorrió 500 metros a toda velocidad, a contramano por la transitada avenida Sáenz, en Pompeya. Atropelló y mató a tres personas. Los policías de civil que lo perseguían alcanzaron al Peugeot, lo rodearon y le dispararon dieciocho veces más. Ocho de esos disparos impactaron en el cuerpo de Carrera, que fue detenido, hospitalizado y luego encarcelado, víctima de una causa judicial armada por la propia policía con la complicidad de la justicia. Parece insólito, pero fue así. El Rati Horror Show, la película de Piñeyo que se estrena este mes, lo demuestra de manera contundente. Ése es un su inmenso valor. Hoy, Carrera cumple una pena de treinta años de prisión en Marcos Paz, a pesar de los reclamos de su familia, sus abogados, las Madres de Plaza de Mayo, el premio Nobel de la Paz Adolfo Pérez Esquivel y el propio Piñeyro. El Procurador General de la Nación, Esteban Righi, ex ministro del Interior durante la breve presidencia de Héctor Cámpora y dueño de un estudio de abogados que tiene clientes de la talla del sindicalista Hugo Curto, el inefable secretario de Comercio Guillermo Moreno, la esposa de Julio de Vido, Alessandra Minicelli, y hasta el mismísimo Néstor Kirchner recomendaron este año a la Corte Suprema de Justicia confirmar la sentencia, a pesar de las abrumadoras pruebas que existen sobre las irregularidades en la causa. Hace unos días, la familia de Carrera y Piñeyro lograron reunirse con Eugenio Zaffaroni, ministro de la Corte. Le acercaron las evidencias de lo que a esta altura es una auténtica aberración judicial. Según Piñeyro, Zaffaroni se quedó helado. Ahora queda esperar. ¿Será justicia?

ENTREVISTA > Hay muchas maneras de hacer denuncias, o de tratar de intervenir políticamente sobre la realidad. ¿Por qué elegiste el cine?
Enrique Piñeyro: Es una herramienta más poderosa de lo que parece, de intervención concreta sobre la realidad. En ese sentido, Fuerza Aérea Sociedad Anónima fue un gran aprendizaje. La televisión, en cambio, es lo más evanescente que hay: lo que ven el miércoles se lo olvidan el viernes. No es una cuestión de comparar audiencias. Fuerza Aérea… hizo 140 mil espectadores, mucho menos de lo que puede hacer un programa con buen rating, pero su impacto y su perdurabilidad fueron muy duraderos. Yo fui citado a declarar una semana después del estreno. Caí en el juzgado de Oyarbide, que es lo mismo que nada, pero aún así políticamente lo que pasó fue importante. Hubo mucho revuelo. Hasta me llamó Néstor Kirchner. Y judicialmente también pasaron cosas: fueron procesadas veintiocho personas, se citó al juez Jorge Ballestero, que sobreseyó a muchos de los presuntos responsables de Austral… Esos fueron logros importantes de la película y una demostración de cómo el cine puede influir en la realidad.

Hay una larga tradición de cine de denuncia, pero en los últimos años se ha popularizado un formato un poco más “entretenido”, digamos, a partir de trabajos como el de Michael Moore. ¿Es un modelo para vos?
Empecemos por decir que soy más flaco y más lindo que Michael Moore (risas). La película tiene varios pasos de comedia, es cierto. Me parece que es una forma de atrapar al espectador, de mantenerlo interesado. Yo estuve mucho con los familiares de las víctimas de Lapa, y esa gente perdió a algunos de sus seres queridos, pero no necesariamente el sentido del humor. Y Carrera tampoco lo perdió. El humor comunica mejor. Hay cine que recurre a la gravedad todo el tiempo, y eso espanta un poco al espectador. El humor te permite tomar aire y prepararte para seguir viendo lo que viene, que en este caso va a ser peor que lo que ya viste hasta ahí.

Hasta ahora te habías dedicado a la aviación, que es un tema que conocés muy bien por haber sido piloto durante años. Este es un caso completamente distinto. ¿Por qué decidiste trabajar sobre el tema?
En principio, decidí dedicarme a hacer películas para intervenir sobre la realidad. Y fui encontrando mi caligrafía con el cine. Porque si lo pensás, las películas que hice tratan de alguna manera sobre lo mismo, sobre lo poco que vale la vida en este país. Los políticos han desprestigiado tanto a la política que la indignación que uno siente como ciudadano debe ser canalizada de algún modo. Cuando ves los desastres que pasaron acá como la masacre de Budge, el caso Bulacio, el caso Witis, el de la chiquita Iglesias, que murió en el Paseo de la Infanta, la desaparición de Luciano Arruga en una comisaría, esto que le pasó a Carrera, podés preguntarte legítimamente ¿y a mí cuándo me tocará?

En la película queda bastante clara la responsabilidad de la Policía, pero también es notoria la negligencia de la prensa.
Lo dice muy bien Carrera cuando lo entrevisto en la cárcel: la prensa se manejó con la versión de la Policía. O peor: se manejaron con los que les dijo cada policía con el que se cruzaron, con cincuenta versiones diferentes, todas favorables a la cana. No quiero dramatizar, pero el panorama es realmente preocupante: tenés un auto civil no identificado que le da voz de alto a un automovilista con policías de civil que deciden disparar porque el tipo no les obedece, un procurador que defiende la presunción de culpabilidad, un desaparecido en una comisaría de Lomas del Mirador desde 2009 –el caso Arruga, que mencioné antes–, una prensa que miente o compra la versión oficial sin chequear nada… No estamos tan lejos de algunas prácticas del Proceso.

¿Cómo fue el encuentro con Zaffaroni?
Fue hace apenas unos días. Fui con la mujer de Carrera y le leí parte del fallo que lo señala a Fernando como iniciador de los disparos. Le mostré los testimonios que obtuvo el juez y se quedó helado. Nadie dice que Carrera disparó. A esta altura, se trata de una especie de conspiración de Estado. El Procurador General de la Nación, Esteban Righi, dice que si no te reconocen en una rueda, eso prueba que no te reconocieron, pero no necesariamente que sos ajeno al hecho. Es muy grave, la verdad. Lo de la jueza Beatriz Bistué de Soler es increíble: no puede hablar, no puede argumentar, no puede escribir. Estamos en manos de cualquiera.

¿Tuviste o tenés temor a alguna represalia?
No, porque para mí estos tipos son como los perros cimarrones: ladran pero no muerden. Hay una autocensura con la que ellos cuentan. Me parece que es cuestión de animarse.

Pero la policía argentina ha mostrado a lo largo de su historia que, además de ladrar, suele morder…
Si me pasa algo a mí después de hacer una película así, creo que sería un escándalo. Si no, preguntale a Yabrán cómo terminó lo de ir a apretar a un fotógrafo desconocido. Lo del caso Carrera fue tan grosero que deberían estar asustados ellos, no yo.

Ya te han dicho alguna vez que sos narcisista. ¿No concebís estas películas sin tu presencia?

Soy un narcisista, sí, pero por otras cosas que no viene a cuento ahora, no por aparecer en mis películas. No es lo mismo poner la cara solamente, que poner la cara y la cabeza. Cuando ponés la cabeza en algo, no es un acto narcisista. Por más apasionante, chocante, justo o injusto que sea lo que digas, si no le ponés una lógica narrativa, un soporte histriónico a la cosa, como creo que yo puedo poner por ser actor, es difícil que la gente que la vea no se aburra. En esta película, Carrera está tratado como un personaje. Cuando aburrís, como te decía antes, el mensaje no llega. Michael Moore, que maneja bien la ironía, a veces falla en eso, cuando está frente a cámara. Si a alguien le molesta que use mis recursos histriónicos, problema de esa persona, no mío.

¿Recibiste apoyo del INCAA para hacer la película?
No pedí un crédito. La presenté para recibir subsidios luego de la exhibición, pero fue una pesadilla por la cantidad de trámites y la demora que implican. Por eso estoy muy enfocado en lograr la autocontención con mi propia productora, Aquafilms. Tenemos gente muy valiosa, y las herramientas para hacer la posproducción. Vamos a ver si logramos sobrevivir… El Rati Horror Show es la primera película que se hizo enteramente en la productora. Antes participamos en Garage Olimpo, Esperando al Mesías, La mujer sin cabeza, El otro…

¿Qué planes tenés para el futuro? ¿Más denuncias?
Quiero hacer una comedia, me muero de ganas. Pero al final siempre se me cruzan estos casos.

Ya te lo preguntaron, también, ¿pero pensaste seriamente en dedicarte a la política?
Para menos que presidente no movería un dedo.

El Rati Horror Show, de Enrique Piñeyro

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