Una vida de Pierre Menard, de Michel Lafon

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¿Y si Menard hubiera existido y hubiera además tenido una vida única? ¿y si alguien pudiera testimoniar que Pierre Menard fue, en su momento, una de las figuras más fascinantes de su época en Francia, uno de esos mitos que el tiempo achata hasta transformarlos en ficción? Michel Lafon restaura un personaje ficticio para hacerlo entrar en la Historia a través de un biógrafo/hacedor/discípulo, Maurice Legrand, narrador que trafica teorías, dispone una coartada preciosa y compone en definitiva un mito que desborda la especulación borgeana. El lector asiste incluso a las notas preparatorias de Menard para una novela y a un texto que el Borges ultraísta habría escrito en francés, en ocasión de una visita al Jardín de Plantas de Montpellier en 1919: “caminamos durante horas por el Jardín. Menard guiaba juntos mis pensamientos y mis pasos. Dimos varias vueltas a los estanques sobreelevados, en la superficie de los cuales tiemblan en el verdín los insectos geométricos”.

El Menard de Legrand no es un apéndice borgeano, sino un nudo entre dos lenguas, y un personaje/hoja que empalma la obsesión por los jardines: repleto de nervaduras, laberintos internos, desvíos, trazos que a través de las páginas muestran a un hombre con varias máscaras, con todo tipo de inclinaciones artísticas y amistades célebres –Valéry y Gide, por ejemplo, por quienes se habría dejado plagiar de forma sistemática.

Hay en la ficción meditada de Michel Lafon asuntos que muy pocos escritores lograron reunir en una sola hebra: la vida como máquina de producir pasiones inimitables, como aleph tímido –walseriano– en el que confluyen amistades, fracasos, recuerdos de infancia, arrebatos melómanos, una novela en ciernes y traducciones opacas que preludian esa “necrológica” de Borges llamada “Pierre Menard, autor del Quijote”. Según la teoría de Menard sobre la traducción, “la frase francesa debe seguir en todo momento la frase española de origen, hasta en la disposición de las palabras, la extensión y el color de los vocablos, la música, el ritmo, la respiración, plegar a ese punto la lengua segunda para hacer de ella una especie de calco de la lengua primera”. Un paso más y “podría satisfacerse con copiar el original, con traducir del español al español.”

No cabe duda: a los ojos de Maurice Legrand, Menard es un genio de la miniatura y del detalle, también una nueva especie de traductor, y sobre todo un gran escritor sin obra. Predestinado menos al homenaje borgeano que a permanecer en la Historia como uno de esas criaturas iluminadas que al estar siempre al borde de la creación –entre la nada y el gesto irrepetible– parecen santos, Pierre Menard (Nimes, 1862-Montpellier, 1937) no abandonó, pese al cerco de teorías, la costumbre de conjugar su intimidad en caminatas a través del Jardín de Plantas de la ciudad que lo vería morir. Lo que Legrand dice sobre la escritura de Fabre –uno de los tantos satélites que orbitan en torno a Menard–, podría aplicarse por supuesto a la escritura de Michel Lafon: “Una escritura de insecto. Una escritura de la observación absoluta, de la precisión minuciosa, una escritura perfectamente justa y económica, modesta y fulgurante”.

Oliverio Coelho

Lumen. 184 páginas. Traducción de César Aira.