28 junio, 2011 | Nacionales | Sin Comentarios »
¿Se acuerdan cuando los Arctic Monkeys eran la nueva banda de moda? Parece que fue hace bastante, pero en realidad no pasó tanto: unos cinco años, no más. Sí pasaron varios discos (ya van cuatro con éste), entre muchísimas otras cosas. Si algo se le reconoce a los de Sheffield, sin dudas, es su carrera vertiginosa: éxito repentino, tapas de revistas, premios, festivales, giras mundiales, algo de agotamiento, cambio de bajista, más éxito, más giras, más agotamiento, vacaciones, recesos, proyectos paralelos, viajes al desierto, sesiones con un productor, sesiones con otro productor, etcétera, etcétera. Está claro que a los Monkeys no les gusta perder el tiempo. Van siempre para adelante, motivados por su líder, Alex Turner, que es inquieto por naturaleza (lo dijo en más de una entrevista). Y esa urgencia, justamente, es lo que los conecta con su propia época, afín a la velocidad con que hoy entra en circulación y se consume todo producto cultural. Lo paradójico, en este caso, es que su música sigue sonando transparentemente retro.
Para un grupo como Arctic Monkeys, que pasó a la historia por destronar a Oasis en eso de tener el álbum debut que más rápido se vendió en el Reino Unido (Whatever People Say I Am, That’s What I’m Not, 06), no hay otra forma de proceder: cuanto más, mejor; y si es pronto, mejor todavía. Así le dieron vida al flamante Suck It and See: se fueron a Los Ángeles a grabar con James “Simian” Ford, y cinco semanas después, cuando nadie se lo esperaba, ya habían subido a su sitio web un tema nuevo. Sonaba entonces “Brick by Brick”: una canción pegadiza, con cierto influjo glam, monolítica y monotemática en todo sentido, desde su riff de guitarra hasta su melodía vocal. Ellos aclararon que no era un single, sino sólo un adelanto. Lo importante, claro, era el efecto sorpresa en sus seguidores. Algunos lo celebraron. Otros se preocuparon, en especial por lo tosco y lo escueto de la letra: ¿qué había sido de Turner, esa suerte de poeta callejero del día a día? Al final, no fue para tanto: “Brick by Brick” es casi una excepción, y el disco tiene sus vuelos líricos. Pero algo de razón había: la lente con la que el cantante y guitarrista observa la realidad ya no es la mismo.
“Don’t Move Cause I’ve Moved Your Chair” es el primer single, pero se queda corto y no termina de sobresalir. ¿Será un malogro? ¿O simplemente queda opacado frente al alto potencial del resto de las canciones? Son los riesgos de cocinar todo con pasta de hit. “Library Pictures” aprieta el acelerador a fondo: reaparecen los Monkeys de hace cinco años, cuando prevalecía el desparpajo y nadie dudaba en compararlos con The Jam. Por otro lado, “Love Is a Laserquest” demuestra que ya aprendieron a hacer grandes baladas, tanto como para seducir a los fans de Morrissey. Otra gran canción, sin dudas, es “That’s Where You’re Wrong”: una apuesta por el dominio implosivo de la new wave, al rescate del mejor pop de guitarras de los ochenta (no es casualidad, sino lógica pura: si hasta hace poco escuchaban a Bowie, ahora deberían estar redescubriendo a Echo and the Bunnymen). Las guitarras, precisamente, se llevan gran parte del protagonismo de Suck It and See. Y eso resalta aún más gracias al sonido vintage que Ford ayudó a delinear. En este sentido, además, hay que remarcar las enseñanzas de Josh Homme: el cabecilla de los Queens of the Stone Age, que ya había participado en la producción del disco anterior (Humbug, 09), vuelve en carácter de invitado (dicen que sólo grabó unos coros, aunque su sonido distintivo se hace presente en los solos de “All My Own Stunts” y “Brick by Brick”).
La eficacia de los Arctic Monkeys es notable. Hacen todo bien. Pero no dejan de ser retro. Y sus canciones, como las de muchas bandas de su generación, parecen estar ceñidas por su vigencia. Es como si tuvieran fecha de caducidad, como si algo les impidiese trascender más allá de la rotación de la que gozan en la actualidad. Suenan redondas, tal vez demasiado perfectas en lo formal y demasiado digeribles en su contenido. Pero acá están: cargadas en miles de iPods. Habrá que volver a escucharlas en unos años, como parte del pasado. El tiempo dirá. / Santiago Delucchi
(EMI)
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